Antes escribía.
Quizás no mucho, pero escribía. Y sentía que lo hacía a todas horas, a pesar de
la falta de tiempo o el miedo a escribir porquería. Pequeños relatos carentes
de estructura narrativa, cuentos fugaces, historias inventadas o basadas en
amenos amantes. Pero fantasías, sobre todo. El sueño del día en el que
despertara sonriendo para descubrirte tendido a mi lado, bajo las mismas
sábanas que me hubieran arropado durante una fría noche. Abrir los ojos, tocar
tus labios. Sentir tus brazos en mi espalda y hacerte el amor de esa manera tan
íntima que sólo la lluvia británica en primavera puede provocar. Remolonear en
la cama, desayunar fresas y tostadas y pasarse el resto del día bajo mantas,
viendo películas que ya te sabes de memoria.
Los recuerdos del
frío parquet bajo mis pies ahora se me hacen absurdos. El calinoso azul de las
blancas paredes en mis pasillos, el deseo inefable de una extensión tan grande
como el mar… ¿Cómo podía anhelar tanto una felicidad que era para mí tan
desconocida? El miedo al fracaso, ni siquiera intentarlo. Basar mi rutina en
una triste soledad a la que era adicta. Y me gustaba así, ¿sabes? Hay una
increíble belleza en la tristeza que sólo aquellos que la saborean con
intensidad saben apreciar. Ese era mi motor. La tristeza era mi musa, la soledad,
mi realidad. Tú, mi ficción.
Y quién me iba a
decir que el día menos pensado, frente a una fuente en un frío mes de
Septiembre (no olvidemos que, a pesar de todo, soy una chica del sur), iba a
plantearme todo un futuro que jamás antes había siquiera imaginado. Una
canción, nervios. Auto-convencerme de cosas que son, pero temo que sean. Temblar
disimuladamente al verte aparecer, con tu camiseta azul suave, y saber que ya
todo ha cambiado. Y que ese instante, ese chispazo, el cambio, ha estado frente
a mí todo el tiempo, como un velo invisible que me impedía verte y aferrarme a
mis deseos.
Y ahora, la
incerteza. Poco más de treinta días y esa rutina previa a esta aventura volverá
a ser palpable bajo mis manos, ya algo rotas por el frío. Con la diferencia,
sin embargo, que determinará el resto. Tú.