domingo, 27 de abril de 2014

Dosed (by you)



Antes escribía. Quizás no mucho, pero escribía. Y sentía que lo hacía a todas horas, a pesar de la falta de tiempo o el miedo a escribir porquería. Pequeños relatos carentes de estructura narrativa, cuentos fugaces, historias inventadas o basadas en amenos amantes. Pero fantasías, sobre todo. El sueño del día en el que despertara sonriendo para descubrirte tendido a mi lado, bajo las mismas sábanas que me hubieran arropado durante una fría noche. Abrir los ojos, tocar tus labios. Sentir tus brazos en mi espalda y hacerte el amor de esa manera tan íntima que sólo la lluvia británica en primavera puede provocar. Remolonear en la cama, desayunar fresas y tostadas y pasarse el resto del día bajo mantas, viendo películas que ya te sabes de memoria.

Los recuerdos del frío parquet bajo mis pies ahora se me hacen absurdos. El calinoso azul de las blancas paredes en mis pasillos, el deseo inefable de una extensión tan grande como el mar… ¿Cómo podía anhelar tanto una felicidad que era para mí tan desconocida? El miedo al fracaso, ni siquiera intentarlo. Basar mi rutina en una triste soledad a la que era adicta. Y me gustaba así, ¿sabes? Hay una increíble belleza en la tristeza que sólo aquellos que la saborean con intensidad saben apreciar. Ese era mi motor. La tristeza era mi musa, la soledad, mi realidad. Tú, mi ficción.

Y quién me iba a decir que el día menos pensado, frente a una fuente en un frío mes de Septiembre (no olvidemos que, a pesar de todo, soy una chica del sur), iba a plantearme todo un futuro que jamás antes había siquiera imaginado. Una canción, nervios. Auto-convencerme de cosas que son, pero temo que sean. Temblar disimuladamente al verte aparecer, con tu camiseta azul suave, y saber que ya todo ha cambiado. Y que ese instante, ese chispazo, el cambio, ha estado frente a mí todo el tiempo, como un velo invisible que me impedía verte y aferrarme a mis deseos. 

Y ahora, la incerteza. Poco más de treinta días y esa rutina previa a esta aventura volverá a ser palpable bajo mis manos, ya algo rotas por el frío. Con la diferencia, sin embargo, que determinará el resto. Tú.

miércoles, 9 de abril de 2014

Pétalos

Las montañas, el sosiego. El silencio invisible, robado con delicadeza por el viento. Frente a mí, maravilla. ¿Quién iba a decir que un lago podía ser mi medicina?

Si pudiera vivir aquí. Para siempre, sin nada más. Quizás me aburriría. O quizás no. Me levantaría con la pereza del sol madrugador. Pondría leña en la chimenea. Siempre hace frío en Irlanda si eres una chica del sur. Escogería un libro, y éste sería mi amante durante las siguientes horas. En algún momento, entre las tareas del hogar y la comida, saldría a pasear. Puede que el sol me visitara al mediodía. Y me perdería entre estos mares terrestres de fantasía, verde musgo y ramas corrompidas, viento feroz y montañas sabias.

Y pensaría que estaría viviendo los días más felices de mi vida, siendo consciente aún, de esa gran mentira. 

Todo lo que me rodea me invita a respirar sonrisas. Pero es primavera, y, cuando esta mañana, al salir de casa antes de dirigirme a estas solitarias montañas, los árboles vestían la acera de minúsculos pétalos rosas, rompí a llorar. El estallido de tu risa ha resonado en mi cabeza, como el más doloroso de los estruendos. ¿Recuerdas aquel Abril? Despertaste al sentir las cosquillas que uno de esos pétalos causaban en tu oreja izquierda, víctima de las travesuras que a veces me vienen a la mente. 

A veces sólo hace falta un silencio incierto para recordar. Otras, es suficiente para lograr romper en mil pedazos lo que llevas en ti. Y de ello, sólo brotan lágrimas eternas. Quizás invisibles, pero imparables.

¿Sabéis lo que es el silencio?

El silencio es una ilusión. No hay mar ni montaña que mude mis lágrimas.