Las montañas, el sosiego. El silencio invisible, robado con delicadeza por el viento. Frente a mí, maravilla. ¿Quién iba a decir que un lago podía ser mi medicina?
Si pudiera vivir aquí. Para siempre, sin nada más. Quizás me aburriría. O quizás no. Me levantaría con la pereza del sol madrugador. Pondría leña en la chimenea. Siempre hace frío en Irlanda si eres una chica del sur. Escogería un libro, y éste sería mi amante durante las siguientes horas. En algún momento, entre las tareas del hogar y la comida, saldría a pasear. Puede que el sol me visitara al mediodía. Y me perdería entre estos mares terrestres de fantasía, verde musgo y ramas corrompidas, viento feroz y montañas sabias.
Y pensaría que estaría viviendo los días más felices de mi vida, siendo consciente aún, de esa gran mentira.
Todo lo que me rodea me invita a respirar sonrisas. Pero es primavera, y, cuando esta mañana, al salir de casa antes de dirigirme a estas solitarias montañas, los árboles vestían la acera de minúsculos pétalos rosas, rompí a llorar. El estallido de tu risa ha resonado en mi cabeza, como el más doloroso de los estruendos. ¿Recuerdas aquel Abril? Despertaste al sentir las cosquillas que uno de esos pétalos causaban en tu oreja izquierda, víctima de las travesuras que a veces me vienen a la mente.
A veces sólo hace falta un silencio incierto para recordar. Otras, es suficiente para lograr romper en mil pedazos lo que llevas en ti. Y de ello, sólo brotan lágrimas eternas. Quizás invisibles, pero imparables.
¿Sabéis lo que es el silencio?
El silencio es una ilusión. No hay mar ni montaña que mude mis lágrimas.
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