Es fácil decir que el mundo gira. La naturaleza actúa a su
antojo. El universo no se detendrá por ti. Pero sentirlo, ser realmente
conocedor de una verdad tan magna, eso es lo difícil. Te puede robar el
aliento, recobrar tu inconsciente lucidez durante un puñado de segundos. Eso
es, todos estamos locos. Sólo las verdades que te cortan la respiración te permiten
sentir un efímero atisbo de la lucidez en tu vida. Yo nunca me he considerado
cuerda, a diferencia del resto del mundo. Quizás por eso el resto del mundo no
me haya considerado nunca a mí. ¿Qué es el mundo? ¿Quién es la gente? Siempre
hay preguntas así rondando mi mente inquieta. Nunca hay silencio en esta
bombardeada cabeza. ¿Qué esconden las nacionalidades? ¿Es acaso la justicia un
hecho, un concepto, una realidad siquiera?
La justicia me hace pensar muy a menudo. La justicia es el
melodioso silencio. El verdadero. El real. La justicia es cerrar los ojos
cuando tus pupilas aún sienten la luz del sol. Es una mano fría, inerte sobre
el sucio suelo, suplicando al mundo que se lleve su desdichada vida y la pierda
en algún rincón del silencio. La justicia no existe. La muerte, sí.