Últimamente no me siento muy inspirada y
no me apetece escribir. Pero los domingos son diferentes, ¿no es así?
Son como una brecha en el tiempo, parecen pasar más lentos hasta que ya
es de noche y te das cuenta que el día ha pasado volando. Por más que te
escondas bajo un grueso edredón o una pesada manta, el tiempo siempre
te alcanza.
Hoy ha sido un día raro, como esos de Vetusta Morla.
No hemos hecho nada y a la vez lo hemos hecho todo. Creíamos estarle
haciendo tretas a las agujas del reloj cuando en realidad eran ellas las
que nos engañaban. Como de costumbre, de la primera a la quinta canción,
porque la última nos produce escalofríos y dolores de cabeza, Morning eats Saturn
ha sonado todo el día. Al levantarnos siendo ya casi mediodía, al comer
comida precocinada asiática un largo rato después. Incluso cuando
mirábamos la televisión embobados, abrazados en el sofá, la canción
sonaba dentro de nuestros corazones. Nos ha hechizado y, sin quererlo,
nos hemos dejado llevar por la hipnosis de un tiempo acelerado que
parecía estar ralentizado. Y resultaba que las ahogadas voces femeninas
que oíamos en nuestras cabezas no eran más que el eco de la melancolía
que nos invade los domingos. Quizás por eso necesitemos pasarlos juntos.
Los domingos nos encantan, porque nos aterrorizan. Y por ello amamos
todo lo que gire entorno a ellos: la lluvia, la fugacidad del tiempo, un
té caliente, Tokio Blues, un suspiro, una risa ahogada en televisión.
Y, como de costumbre, antes de irte, te he abrazado, y he sentido el aroma de tu corto pelo en mi cuello. Pasarán otros siete días hasta volver a verte. "Te he echado de menos", me has dicho. "Oh, si tú supieras", he querido responder...
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