Miro nerviosa el reloj del móvil bajo el paraguas. Ahí está, sentado, en la misma mesa de siempre, la misma cafetería de siempre, con la misma mirada perdida de siempre. Entraré y nos daremos dos besos, ¿cómo te va la vida?, con una sonrisa que parecerá sincera con la luz cálida del lugar. Hace seis meses que no lo veo. Seis meses desde nuestro último encuentro. Encuentro de tantos otros encuentros fugaces que siempre acaban con cierto sabor a decepción y a recomfort. El corazón vuelve a latir en mi pecho con normalidad al pensar que esta vez no será distinta, que volveré a casa bajo un paraguas vacío mientras él corra a cojer rápidamente su moto para no llegar tarde a cenar.
Y no podía estar más lejos de la realidad. Al entrar, mi garganta decide llevarse el diálogo ya aprendido a base de tanto repetirlo a mi estómago. Me quedo de pie, mirándolo con curiosidad, intentando adivinar qué hay bajo esa expresión de falsa melancolía en su rostro, que ahora sólo se fija en mí. Sacudo la cabeza con suavidad, y al fin logro pronunciar algunas palabras a tropezones. Me quito el abrigo, pido un capuccino en esta tarde de frío. Me siento sin descolgarme el pequeño bolso cruzado en mi tronco. Su mirada inquisitiva sigue pidiéndome algo que no sé descifrar, y el miedo me oprime el estómago. El silencio se apodera de esta mesa, creando una burbuja entre nosotros lejos de las conversaciones ajenas y voces chillonas del local.
Necesito aire, necesito escapar de sus ojos, su mirada, sus sentimientos. No sé qué hago aquí. Salgo corriendo hasta el fondo de la cafetería y pulso el botón que encenderá una luz automática durante unos minutos. Entro en el baño confundida, me miro al espejo. Apoyo las manos, una a cada lado de la pica, mientras suspiro. ¿Qué narices hago aquí?, me repito una y otra vez. ¿Por qué nos hacemos esto?
Cierro los ojos para que mis párpados retengan lágrimas llenas de furia. ¿Es posible sentir tantas cosas a la vez? Escucho la puerta corredera abriéndose tras de mí y veo por el espejo su alta silueta. Nos quedamos así, mirándonos en silencio, a través de un espejo que parece una muralla. Cierra la puerta a sus espaldas sin mirarla siquiera.
- ¿Qué...?
Y de mis labios no puede salir ninguna palabra más. Su mirada los ha sellado, ahogando mi voz. Y así permanecemos, un segundo, dos minutos, tres horas, siete vidas, mirándonos, con los ojos empañados de confusión y los iris teñidos de sentimientos escondidos. En un parpadeo percibo que se acerca, su pecho casi roza mi espalda y noto su inconfundible aliento en mi nuca casi desnuda. Siento un escalofrío que no llega a manifestarse en mi piel. Su cara es el pleno reflejo de la tristeza, pero el gesto en sus labios me indica que va a hacer algo que no quiere hacer. Algo que no debe hacer. Algo que sí quiere hacer. Estoy paralizada. Sus manos se posan sobre las mías y miro al suelo, como si desviando la mirada pudiera evitar algo. Y, sin darme cuenta, estoy de cara a él, con los ojos muy abiertos y las pestañas empapadas, después de que me haya dado la vuelta bruscamente con sus manos, y aprieta sus labios ferozmente contra los míos. Quiero escapar. ¿Pero dónde están mis fuerzas? Sus manos parecen de hierro sobre mis brazos de mantequilla y mis lágrimas empiezan a bañar nuestras mejillas. He estado tanto tiempo esperándote...
Me dejo llevar. Le respondo a ese beso con furia, con dulzura, con amargura. Le respondo con todas las palabras antes silenciadas, con todas las miradas de reojo y todo el orgullo de estos años. La luz automática del lavabo se apaga y casi ni me inmuto. Siento una explosión de algo indescreptible dentro de mí. Es como escuchar música psicodélica, como probar algo por primera vez, como bajar con fuerza en una atracción. Y es mucho mejor que las cosquillas en mi brazo después de una de sus caricias no intencionadas, mucho más fuerte que el dolor que me oprimía el pecho después de decirle adiós y volver a la cama vacía de mi casa.
Pero, al salir de esta cárcel de sentimientos inmortalizada en el lavabo de una gran cafetería, todo volverá a tener el mismo sabor a vacío de siempre. Saldré corriendo, y él no me seguirá. Se quedará en el oscuro recuerdo de lo que acaba de pasar, pasmado, intentado averiguar si ha sido verdad, tratando de pensar cómo lo sobrellevará en la rutina de los próximos días. Olvidaré, con las prisas, el paraguas, la chaqueta, mi vida. Mis lágrimas seguirán brotando contra las órdenes de mi orgullo, mientras piense en cuánto tardaremos en volvernos a hablar esta vez. Quizás esta vez haya sido la gota que colme el vaso, y al fin dejemos de fingir que no nos hacemos daño. ¿Significa esto que jamás volveré a ver su sonrisa, tan perfectamente grabada en mi memoria?
Y, al correr por las calles oscuras de la ciudad, empapándome de esta lluvia oportuna, me reprocharé la cobardía que ayuda a mis piernas a escapar de algo que he estado esperando todas las tardes de domingo de mi vida.
Bravo nena!! No deixis mai d'escriure!!
ResponderEliminarM'ha agradat molta la frase "mirándonos, con los ojos empañados de confusión y los iris teñidos de sentimientos escondidos" ;-)
Per cert, com es nota que la pluja t'inspira :P tots tenim un tema amb el que ens lluïm...
hahah sí, avui tenia especial inspiració, soposo que la musa sempre serà le meva musa... ja la trobava a faltar!
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