Tokio Blues. Una foto con mis amigas y tres amplias y preciosas
sonrisas. Intro de the xx. The great Gatsby. Y, como no, Norwegian Wood.
Calor insoportable de agosto en la costa catalana. Me escondo de una
luna irradiantee y llena tras las persianas que mantienen el frio del
aire aacondicionado.
La esencia del mar, esta extraña y salada soledad vuelve a abrazarme en
esta pequeña cama llena de cojines y almohadas. Y salada no es mala.
Salada es, en las noches de verano, en estas noches de verano, algo
mucho mejor que dulce. Cuando se habla de algo salado se le atribuye
directamente una idea negativa de lo que es. Como cruda, amarga.
Sabores que pueden perfeccionar tu receta en la cocina y, sin embargo,
estropearte la realidad que crees vivir.
He estado pensando en las deformaciones de la gente. En las mías
propias, sobre todo.
¿De dónde vienen? ¿Cuales son? Hace tiempo que no veo nada mas que una
cara que maquillar cuando me miro al espejo. Nada, vacío. Veo una
acción, pero no a una persona. Y, aunque lo que vea no me cause
reacción alguna, ni me agrade ni tampoco no me guste, sé que las
deformaciones están dentro de mí, sumergidas en el océano de paradojas
que alberga mi cuerpo.
Entregarme a alguien no resulta fácil. Tener sexo a oscuras sí. Y aunque
se suele emplear para rellenar vacíos, eliminar huecos y reparar
grietas, no hace más que agrandarlos, aprofundizarlos, extenderlas.
Quisiera aprender a ser honesta y a dejar de pensar constantemente en qué verán o pensarán los otros de mí. Qué concepto mas amplio y bizarro, ¿verdad? "Los otros". Un "otros" que
engloba un conjunto heterogéneamente homogéneo de gente. Todo el mundo
excepto yo es "los otros" para mí, mientras que yo seré parte de los
otros de alguien de ese mismo otros.
Quizás piense demasiado para ser cerca de las cuatro de una noche entre
semana de verano. Pero son mis momentos favoritos. A partir de las 2 o
las 3, cuando todos duermen, cuando solo el viento habla y la luna es
capaz de verte con tanta claridad como tú a ella. Y sea entre mares de
arena o bosques de rocas, entre urbes de edificios altos, bajos,
deformes como nosotros, siempre es el momento perfecto para disfrutar de
esta soledad, de este agradable silencio que está lleno de olas,
grillos, sirenas ahogadas entre estrechos callejones o ronquidos dorados. Resultan momentos íntimos e ideales para pensar. Quisiera que
jamás nadie me los arrebatara. Ser posesivo y celoso en un mundo lleno
de "otros" no es más que una mascara de protección. Una máscara
necesaria a diario una vez adicta a ella, como la máscara de pestañas
que siento necesitar al salir de la ducha. Una coartada, un refugio. Un
escudo contra un mundo lleno de deformaciones incapaz de reconocerse a
sí mismo...
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