La censura de nuestros cuerpos es más que un concepto. Es un suceso en sí, tan palpable que es capaz de abofetearte en ciertos momentos. Es el miedo urgente y emergente a tocarte y a la vez, el terror a alejarte de alguien a quien hace tiempo dejaste marchar.
La censura somos nosotros, privándonos de nuestros deseos e instantes, prohibiendo a nuestra carne el mero hecho de ser lo que es. La censura empieza dentro, muy dentro de nosotros, emerge en nuestros labios, manos, a través de nuestros besos y acciones, y, paradójicamente, se extiende cada vez más en cuanto más límites halla en su camino.
La censura de nuestros cuerpos está aquí, ahora, en tus órganos y también bajo mi piel. Es lo que me impide ahora besarte con ferocidad y lo que te impide a ti salir por esa puerta y agarrar con rabia los sueños que llevan años persiguiéndote secretamente a plena luz del día.
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