viernes, 24 de febrero de 2012

metro

             
Te observo en silencio. El metro está casi vacío. Un jueves a las 14:47. He buscado entre los pasajeros alguna historia que inventar, algo con lo que soñar durante mi trayecto. Y sin darme cuenta, mis ojos se han topado con tu sonrisa silenciosa. Y me he enamorado de ti a las 14:47 y 47 segundos de un jueves de febrero.

Te miro y te estudio sin hacer ruido. Te imagino, te diseño, te moldeo. Eres guapo. Y me atraes sólo con lo que llevas puesto. Una chaqueta demasiado usada y unos tejanos. Y tu único complemento, un libro. Un libro pequeño pero no lo suficiente como para caber en tus bolsillos. Y he pensado, ¿quién va hoy en día por la calle con nada más que un libro?
Tú.

He dibujado una línea imaginaria en el perfil de tu rostro. Tienes unos labios perfectos. Rosados y sin ser demasiado gruesos, tienen algo de fino. Apetecibles. Bebibles. Tuyos. Llevabas esa barba que tanto me atrae en los hombres cuando llevan tres días sin afeitarse. Y tus ojos, tímidos a mi mirada pervertida, se escondían, oscuros, tras las pestañas que leían contigo ese libro cuyo nombre no he visto y, por tanto, tanto me intriga.

Eres joven. Pero veo unas poquísimas, imperceptibles canas en el lado derecho de tu pelo. ¿Cuántos años debes tener? No muchos más que yo. No más de 25. Y mi mente vuela y se deja llevar soñando con algo tan absurdo como tu edad.

Mírame. Mírame, mírame. Siento la medianoche en esta parada. Nada existe, todo está oscuro. Es como una película expresionista, sólo apareces tú, con la luz de un gran foco iluminando tu postura y trazando tu sombra en el suelo. 

Y ríes con el libro. Y haces una mueca
de dolor con él, y lo disfrutas, y lo sufres. Y me enamoras más. Un halo de soledad te rodea. Y eso me atrae más. Si pudiera sólo abrazarte y besarte el cuello… No hablaría, ¿para qué? Eres una de esas personas con las que no son necesarias las palabras. Solo una mirada. Un beso. Una caricia. Un suspiro.

Y tengo que bajar en esta parada. ¿Ya? Qué rápida pasa media hora. Bájate tú también, bájate, bájate. El metro para y paso a tu lado. Mi perfume te despierta y me miras sorprendido.


Y me marcho, con expresión nostálgica en mi rostro al mirarte por última vez.

           

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