martes, 2 de octubre de 2012

veintitrés noches

Gente, gente y más gente. Música que te gusta tanto como para sonreír toda la noche abrazándome por detrás. La multitud no nos separará. Bailamos, reímos, nos perdemos y ya no volvemos a encontrar a nuestro grupito. Qué más da. Te cojo de la mano y pareces no darte cuenta. Hace tiempo lo habrías notado. Pero ahora todos tus gestos están tan llenos de inocencia... Nada que ver con los míos.

Disfruto de la noche como no había disfrutado de ninguna en mucho tiempo. Tu pecho sobre mi espalda, tu brazo rodeándome los hombros, tu aliento en mi nuca mientras cantas como puedes canciones que te hacen sentir cosas que yo ya soy incapaz de hacer nacer en ti.

Y no, no te das cuenta. Que antes tenía miedo. Y aún lo tengo. Porque nunca me entiendes, aunque tampoco lo pongo fácil, lo reconozco. Si pudieras, por una vez, aprender a ver en mis ojos, en vez de mirarlos superficialmente mientras callamos... Pero este momento es tan perfecto, que nadie puede arrebatárnoslo. Admito que me siento ofendida porque no te des cuenta del tiempo: no las horas, no la noche, sino los instantes que se suman para formar lo que será un recuerdo que, de tan precioso, acabará resultando terriblemente doloroso...

El concierto acaba. La gente se dispersa poco a poco. No han tocado esa canción que tanto me gusta, esa misma que describe todo lo que quisiera que sintieras por mí, aunque fuera tan sólo por esta noche. Nos damos la vuelta, todo tiene que acabar... Y, de repente, como un milagro, el cantante siente mi pena y la necesidad de cantar, cantar la canción. Y toca tímidamente, sutilmente, dulcemente. Su imperfecta voz hace brillar más las estrellas. Y la multitud enloquece. Y mi rostro se ilumina, y tú ríes. El estallido de tu risa resuena en mis tímpanos dando ritmo a esta lenta canción. Y como un hechizo, la música se apodera de mí, y siento un gran deseo de abrazarte y quedarme así para siempre, hasta el fin del universo, en tus brazos, perdida en una multitud a la que le soy tan indireferente. No pueden verlo, que es mi momento, mi recuerdo. Pero al parecer, tú tampoco. Así que no te abrazo. Me quedo quieta, esperando el final, saboreando las últimas notas de tus manos sobre mis hombros desnudos...

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