lunes, 29 de abril de 2013

El arte de contar historias (II)

Lunes, empieza la semana. Llueve y el cielo está amarillo. Voy a la uni, vuelvo en bus y me bajo en la Diagonal. Me encanta bajar por Josep Tarradellas mientras llueve, el día está gris pero el suelo rojo y los árboles mucho más verdes que de costumbre.

Y volviendo de la universidad releo los relatos que hicimos para la pasada práctica de Taller de Copy el lunes pasado. ¿Recordáis la entrada que publiqué hace poquísimo? Pues aquí traigo las historias. Cortas, sencillas. Pero que me encantan, sobre todo si es para leerlas en un día en que el tiempo acompaña. Un cafetito, lluvia, algo de los Red Hot y... ¡a leer!

PD: Si leísteis la entrada anterior, sabréis que cada historia debía tener una temática que estaba ligada a una ilustración, la cual aparece en las imágenes de los platitos que encontraréis al lado de las historias. Lo que hay escrito en ellos no es nada de lo que hicimos para clase, pero así tendréis una idea sobre cómo era el poema visual que debíamos relatar. Para verlo en grande, ¡solo hay que clikar en la imagen!



Historia 1: Romántica – Lluvia (96 palabras) | Título: Cobijo

Hacía frío y fuera llovía. El café estaba lleno: estudiantes, gente que había salido de trabajar. Algunos preferíamos leer el periódico que conversar. Entonces la vi. Entró con las mejillas sonrosadas de tanto correr, y llevaba hasta las medias empapadas. Había entrado para cobijarse, dijo. El camarero la sentó a mi lado. Y yo no podía quitarle los ojos de encima. Le ofrecí mi bufanda, estaba helada. Y sus ojos me paralizaron. En aquel momento deseé pasar todas las tardes de mi vida allí, a su lado, bebiendo café y con el paraguas en la mano.



Historia 2: Sentimental/triste – Bolsita de té (~200 palabras) | Título: Siempre

Veinte años con la misma tradición. Domingo a las cinco, en el café de siempre. Cada fin de semana, siempre a la misma hora, mi madre me dejaba con un beso en la mejilla al cuidado de mi abuela. No
importaba si hacía frío o calor, siempre era un buen momento para tomar té, decía. Ella, tan elegante. Cada vez que entraba la encontraba leyendo alguna novela de culto, moviendo con suavidad la cucharita en el té con cierto aire distraído. Y al verme se le iluminaba la cara. Recuerdo la sensación de su de piel, cada año menos tersa que el anterior, pero siempre igual de cálida, cogiéndome de la mano. Me sentaba a su lado y pedía otro té. “Flojo, que es para mi nieta”. Y sonreía.

Me fascinaba. Su aire, su porte, su manera de ser. Sus historias fantásticas, algunas reales y otras literarias, pero siempre sorprendentes. Me gustaba oírla hablar del abuelo que nunca llegué a tener. Me maravillaba poder pasar las tardes así, escuchar atentamente el tono de su voz, suave como el terciopelo.

Pero nada es para siempre. Y hace ya tres años que vengo sola al café, y leo alguna novela de culto. Soy todo lo que ella me enseñó a ser. Gracias, abuela.



Historia 3: Libre – No | Título: No

¿Estás solo?

Nunca me había hecho esa pregunta. Y, sin embargo, al pasar por la calle la leo en un cartel. ¿Estoy solo? Nunca había pensado en una posible respuesta. No tengo hijos, es verdad. Ni un matrimonio feliz como esos que tan a menudo salen en pantalla. Soy camarero, trabajo prácticamente todo el día y mi tiempo libre quizás sea escaso, pero siempre resulta provechoso. Me gusta correr, leer. Cosas que se hacen en soledad. Pero, ¿estoy solo?

Llego al trabajo y me cambio. La señora Robbs ha vuelto hoy. Claro, es martes. Antes de acercarme, ya sé que pedirá unas tostadas con las que acompañar un té de menta. Y el señor Hughson me saluda, como cada mañana, con un chiste algo verde, mientras le acerco el periódico. Siempre me hace reír, no importa de qué humor esté ese día. Son las ocho menos cuarto. En tres minutos pasará el grupo de estudiantes que entran cada mañana para pedir un café antes de salir corriendo a la universidad. Siempre llegan tarde, pero nunca se van sin darme los buenos días antes. Hoy Jane dijo que llegaría una hora tarde, ya que su hijo tiene cita para el médico. Para compensármelo, sé que traerá uno de sus deliciosos sándwiches caseros para que me lo coma durante mi hora de descanso. Aquí siempre cuidamos los unos de los otros.

¿Estoy solo? Vuelvo a pensar. Miro a mi alrededor y sonrío. Ya sé la respuesta.



Historia 4: Libre – Anillo | Título: Donde los sueños nacen

Recuerdo ser pequeña y tropezar con una piedra en una fría tarde de otoño. Caí al suelo, haciéndome un profundo corte en la rodilla. No debía tener más de seis años. Y me había perdido. Con los ojos llorosos por el miedo de no saber dónde estaba mi madre, solté un gran berrido al ver la sangre roja en mis calcetines blancos. Un par de hombres mayores se me acercaron y me preguntaron qué me pasaba. Como lloraba sin parar, no lograban entenderme. “Mamá, mamá…” Era lo único que apenas comprendían. Me cogieron en brazos y me llevaron a un lugar cálido y seguro. Me senté en una silla de madera, pero aún no podía parar de llorar. Entonces la camarera se me acercó con una sonrisa en los labios y el puño cerrado. “¿Sabes qué tengo aquí?”. Dije que no con la cabeza. “Esto es un secreto. Un secreto que debes cuidar, porque proviene del lugar donde los sueños nacen. Es un anillo mágico. Tan mágico que borrará las lágrimas de tu cara en cuanto te lo pongas.” Y yo creí. Creí en el dulce tacto de su voz, en un mundo de fantasía y mágicos anillos de diamantes que borraban la tristeza de cualquier rostro.

Aún recuerdo la risotada de aquel par de hombres cuando me sorprendí al ver el anillo. Me parecía espectacular, enorme, brillante. Los ojos de un niño son capaces de ver tesoros que los adultos no comprenden. Al cabo de unos minutos llegó mi madre, aquellos hombres habían conseguido encontrarla. Ella lloraba de alegría, lloraba de miedo. Y yo, que estaba convencida de que aquella camarera era en realidad un hada, sonreí a mi madre. Me quité el anillo y lo puse en su mano. Mamá me miró confundida. “¿Un anillo de plástico?”

No, mamá. Un anillo mágico. Del lugar donde los sueños nacen.

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