domingo, 2 de septiembre de 2012

blanc

El zumbido del aire acondicionado en la monotonía de esta sala llena de gente y vacía de personas me mantiene en un abismo de pensamientos del que no sé si quiero salir. El tintineo nervioso que alguien provoca en repicar el bolígrafo contra la blanca mesa de la habitación resulta hipnotizador, como un tic tac del que todo depende.

Hablan y hablan, pero yo sólo escucho el silencio de sus labios y el sonido al que suelen calificar de ruido de los objetos que me rodean. Miro sin ver a la nada de la mesa blanca, llena de papeles. ¿Era el blanco la perfecta combinación o la ausencia de color? Hace días que estoy ausente, y la gente que me rodea lo sabe. Pero no les importa. A mí tampoco me importaría. Resulta más fácil no preguntar para evitar así el compromiso de tener que escuchar.

Sin darme cuenta, veo un gesto, siento una punzada en el pecho que me lo atraviesa ardiendo. Algo tan sencillo como la manera en que cogías el vaso de repente se convierte en un fenómeno que detiene mi frágil universo. Ese universo que hace tiempo dejó de expandirse para hacerse cada vez más y más pequeñito, comprimiéndose en mi menudo corazón. Es imposible quitarte de mi mente cuando mi cuerpo entero se ha acostumbrado a ti. No puedo huir de tí, no puedo huir si sigues tan dentro de mí.

Mi mente vuela hasta aquella espantosa noche de agosto en la que el calor nos ahogaba y tú decidiste deshacer mi mundo. Entre susurros, invadiendo mi cuerpo, te atreviste a decirme esas dos palabras que tanto había temido y tratado de evitar. Y quise huir, correr, escapar y alejarme de ti para evitar el daño que siento ahora. Pero era tarde. El calor de tu cuerpo había calmado la frialdad de mi ánimo y ya no había vuelta atrás. Y todo el miedo, las peleas, los silencios, la vergüenza y el mal humor de los años nos hicieron más invencibles de lo que hubiéramos podido soñar.

Soñar, soñar... Soñar, hasta esa mañana de febrero en la que, yo descalza sobre el parquet, decidiste posar el vaso de agua sobre el mueble para dejarme atrás, con un sistema menos en mi universo y la mirada vacía.

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