Summertime, summertime... Llega setiembre y el verano empieza a morir. Se acaban los días de largo sol y empieza a entrarnos la morriña otoñal.


Personalmente, no he hecho nada mientras he estado de veraneo en la playa.
Leer, sobre todo, y tomar el sol. Sentía que necesitaba una desconexión absoluta del mundo exterior, apagar el móvil, tumbarme sobre la toalla, llegar a casa cubierta de sal marítima, dormir hasta tarde y después de comer, tomar helados sobre la arena y beber algún que otro cóctel por la noche en nuestro lugar favorito, el Sunset Beach Essence, donde, por cierto, tienen mi cerveza favorita, la Mongozo de Coco, tan difícil de encontrar. Nos pasamos horas en la terraza viendo la poca gente que queda de madrugada pasear antes de volver a casa escuchando los suaves rugidos nocturnos del mar.

Eso es lo bueno de Segur de Calafell. Que, a pesar de que a mediados de mes hay bastante gente, en general, durante todo el verano, es un lugar tranquilo. Por la tarde, pasadas las seis, ya casi no queda nadie en la playa. Y esa es mi hora favorita. Empieza a levantarse una suave brisa que hasta te hace tener frío (considerando que tu única prenda de vestir no es otra que el traje de baño), el mar está vacío y puede observárselo con tranquilidad. No hay apenas ruido y podrías pasarte la eternidad así, sentada frente a las olas, escuchando música melancólica y sientiendo el olor a salitre en tus labios.
El verano me ha dado ese tiempo necesario para parar y reflexionar. Escribir algo, tener más ideas para este blog, ponerme al día en ese montón de libros que tenía por leer (de los que, por cierto, quizás hable en el futuro), jugar con mi hermano pequeño y hasta aprender a hacerme trenzas de esas que tanto están de moda, las "trenzas de espiga" o "fishtail" de la cual me he enamorado y casi casi no me puedo deshacer.
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