martes, 4 de septiembre de 2012

Summertime and the livin' is easy

Summertime, summertime... Llega setiembre y el verano empieza a morir. Se acaban los días de largo sol y empieza a entrarnos la morriña otoñal.

Vacaciones en la playa, esa es la descripción de mi pasado agosto -a pesar de que, como dije anteriormente, estos últimos días estuve en la ciudad para estudiar- que tanto he disfrutado. Mar, gaviotas y el puerto de Segur de Calafell. Silencio a última hora de la tarde y sentir el sol tostando tu piel mientras estás tumbada en la playa, jugando con las olas, o leyendo algo nuevo. Con Judit, una amiga con la que suelo veranear en la zona, compartiendo sueños y quejándonos de esos temas de la universidad de los que siempre acabamos hablando.

Summertime, summertime... Como diría Rubén Darío de la juventud, ya te vas para no volver. Y es que cada verano es el único, está ahí y no se volverá a repetir. Sentimos en el aire (un aire casi estático además de sofocante en Barcelona, debo decir) algo que nos despierta los nervios a flor de piel como en la primavera y nos hace querer ser eternos como el otoño. Decidimos mitificar el tiempo y sentirnos jóvenes, porque, de eso va el verano, de ser jóvenes. De salir de noche, tomar algo, bañarse de noche, mirar la lluvia de estrellas de agosto, echarse una siesta, comer paella y migas con la mejor compañía, jugar con la arena, estirarse sobre la hierba, reír, olvidar, y coger fuerzas para los próximos nueve meses, hasta que una nueva estación de días eternos venga a nosotros.

Personalmente, no he hecho nada mientras he estado de veraneo en la playa. Leer, sobre todo, y tomar el sol. Sentía que necesitaba una desconexión absoluta del mundo exterior, apagar el móvil, tumbarme sobre la toalla, llegar a casa cubierta de sal marítima, dormir hasta tarde y después de comer, tomar helados sobre la arena y beber algún que otro cóctel por la noche en nuestro lugar favorito, el Sunset Beach Essence, donde, por cierto, tienen mi cerveza favorita, la Mongozo de Coco, tan difícil de encontrar. Nos pasamos horas en la terraza viendo la poca gente que queda de madrugada pasear antes de volver a casa escuchando los suaves rugidos nocturnos del mar.

Eso es lo bueno de Segur de Calafell. Que, a pesar de que a mediados de mes hay bastante gente, en general, durante todo el verano, es un lugar tranquilo. Por la tarde, pasadas las seis, ya casi no queda nadie en la playa. Y esa es mi hora favorita. Empieza a levantarse una suave brisa que hasta te hace tener frío (considerando que tu única prenda de vestir no es otra que el traje de baño), el mar está vacío y puede observárselo con tranquilidad. No hay apenas ruido y podrías pasarte la eternidad así, sentada frente a las olas, escuchando música melancólica y sientiendo el olor a salitre en tus labios.


El verano me ha dado ese tiempo necesario para parar y reflexionar. Escribir algo, tener más ideas para este blog, ponerme al día en ese montón de libros que tenía por leer (de los que, por cierto, quizás hable en el futuro), jugar con mi hermano pequeño y hasta aprender a hacerme trenzas de esas que tanto están de moda, las "trenzas de espiga" o "fishtail" de la cual me he enamorado y casi casi no me puedo deshacer.

Mañana, por fin, haré el examen de recuperación que tanto queiro quitarme de encima y, afortunadamente, tendré veinte días más de vacaciones antes de volver a empezar la universidad de los cuales pienso exprimir hasta el último instante: viajar a Amsterdam, celebrar las fiestas de la Mercè, pasar unos últimos días en la playa que, ahora sí, estará desierta, desierta para mí...
 











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