¿No te ha pasado nunca? Que escuchas una canción, una pieza, algo de música. No de esa sugerente, sino una suave melodía que te sube el tono melancólico al alma. Y empiezas a pensar, estirada sobre el sofá, un día estival de lluvia, en el que casi hace frío para la poca ropa que llevas... Imaginas, sueñas, indagas. Vagas por tu mente y si cierras los ojos ves las cosas que te gustaría que sucedieran. Y te dejas llevar por esa música que sin serlo, tiene algo de especial para ti... Materializas tus sueños en tus labios si hablas en susurros y en tus ojos si aunque, manteniéndolos cerrados con fuerza para que ese instante no escape, se derraman algunas lágrimas que, consolándote, te acarician esas mejillas que durante tanto tiempo nadie ha tocado con tanta dulzura...
Piano. Guitarra. Violín. O simplemente una voz. Te envuelve, te manipula de una manera espeluznante, pero que incluso llega a excitarte. Y si estás totalmente sola, imaginas unas manos firmes sobre tu piel, unos labios sobre tu torso, unas pestañas sobre tu vientre, un aliento sobre tus caderas... De repente el frío desaparece, porque la soledad te abraza en tus sueños, convertida en alguien que no conoces ni sabes si existe, pero a quien amas en tu imaginación. Y te sientes tan bien... Atraparías ese momento que, por mucho que no sea material, es real en tu mente. Es verdadero, sincero, algo íntimo. Algo que quizás jamás compartas con nadie.
Y la música sigue hechizando el momento de embriaguez... Una sonrisa tímida de labios desvía las lágrimas que vienen directas del corazón. Sigues en tu sueño... Y lo mejor es que estás despierta, por tanto sólo perderás el momento al abrir los ojos, pero no la sensación, quizás. Besas un cuello, acaricias unos brazos... Suspiras sobre un ombligo, gritas al viento, que, desafiante, remueve tus cabellos. De repente estás sobre una moto, navegando las carreteras marítimas en silencio y soledad.
Soledad hasta que te das cuenta que las mismas
manos firmes de antes te atrapan la cintura mientras conduces. Ahora no te preocupa que no existan tales manos, ni que no sepas conducir. Sólo sabes que la música acaba, y con ella, esa sensación, ese momento, ese instante... Esa magia que desaparece cuando abres los ojos y vuelves a escuchar y ver la lluvia en tu ventana, que borra las marcas antiguas de agua sobre el cristal pero no los recuerdos que tú quisieras olvidar...
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