- Precisamente estaba pensando en ti... ¡estaba a punto de llamarte!
- Tengo ganas de ti.
- No has dicho "tengo ganas de verte", sino "tengo ganas de ti..."
- ¡Si, y te lo repito!
- Yo también tengo ganas de ti...
No dice nada más, abre el portal... Subo los escalones, veloz, como un rayo hasta el último piso, sin pararme, incluso de cuatro en cuatro. Y cuando llego se abre el ascensor, es ella.
Besándola, sin tregua, sin dejarla respirar.
Le robo la fuerza, el sabor, los labios, le robo hasta las palabras. En silencio. Un silencio hecho de suspiros, de su camiseta que se abre, del gancho de su sujetador que salta, de nuestros pantalones que se bajan, de la barandilla que se mueve, de ella que se ríe haciendo "shhh" para que no la oigan, de ella que suspira para que yo no me corra, al menos no enseguida. Y extrañas posturas en aquella trampa de piernas... Después cabalgarla otra vez y correr juntos, nosotros, estúpidos, salvajes, apasionados, caballos enamorados... sí, enamorados.
Su cabeza hacia atrás, su pelo suelto, se mueven frenéticos, casi querrían saltar, como nuestro deseo. Ella se acerca a mi oído lentamente, susurra despacio:
- Me corro...
Pero un último beso nos hace corrernos juntos.
Casi exhausta, suda mojada... Con el pelo que se le pega a la cara y se ríe con ella. Nos abrazamos juntos así, acurrucados en el suelo, vencidos. Esperando un inútil veredicto: empatados en puntos... Y sonriendo nos besamos.
Me escondo entre su pelo, me apoyo en su cómodo pecho. Descanso tranquilo. Mis labios cansados, felices, satisfechos en busca de una sola respuesta:
- Gin...
- ¿Sí?
- No me dejes...
No se por qué, pero lo digo. Y casi me arrepiento.
Ella se queda un momento en silencio. Después, cariñosa, coge mi cabeza entre sus manos y me mira. No es una pregunta. No es una respuesta. Me da un beso y otro, y otro más. No dice nada más, sólo me sigue besando.
Y yo sonrío.
Y acepto encantado esa respuesta.
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