“Dolça besada, té gust a que s’acaba…” Las notas llenas de motivación, acompañadas de palabras melancólicas resuenan en mis oídos al mismo tiempo que escucho la llegada de mi tren a lo lejos, desde la megafonía de la estación. Las puertas se abren. Nadie sale, sólo yo entro. Subo a la planta de arriba y me encuentro con un vagón en el que cuesta distinguir las cuatro gotas silenciosas disfrazadas de personas que respiran el aire cargado del ambiente bochornoso de verano.
Suspiro, me siento triste, no quiero saber por qué… De hecho lo sé, pero no quiero recordarlo. Es demasiado triste echar de menos un sentimiento sin echar de menos la persona, anhelar una nueva aventura que cargarse a las espaldas.
Tomo asiento pero algo llama mi atención. Unos ojos azulados sacuden de repente todos mis pensamientos.
Continuará...
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