sábado, 11 de junio de 2011

en tiempos de frío y Navidad...

Las calles repletas de gente se volvían vacías, lugares crueles y desagradables que me dejaban sola, caminos entrelazados que no llevaban a ninguna parte. Yo no sentía la felicidad del ambiente, no me alegraba como antes solía al ver niños ilusionados mirando escaparates, ni me reía de los pobres padres, alborotados por comprar los regalos adecuados. No sentía ni tristeza ni alegría, simplemente era un alma vacía carente de sentido, que vagaba por las profundidades de la vieja y hermosa ciudad de Barcelona.
Dejando atrás bellas, siniestras, estrechas y oscuras calles llebas de historias olvidadas, llegué finalmente a las Ramblas. No era de extrañar que estuviera a rebosar de personas que, como inquitas homigas que van en busca de alimento, se removían entre la multitud al encuentro de la tienda a la que se dirigían. A pesar del gran gentío jolglorioso que ansiaba encontrar los prefectos regalos de Navidad, la gran mayoría de la multitud eran, como siempre, los turistas alemanes, japoneses y norteamericanos que venían a empaparse de historia, cultura, belleza y hasta fiesta barcelonina. Era un dulce recuerdo aquél que me acompañaba, viéndome a mí misma con mis amigas paseando por aquel ancho lugar, riendo y disfrutando juntas del ambiente, y a la busca de algún extranjero guapo con el que flirtear inocentemente. Siempre había sido madura, pero en el recuerdo me veía a mí misma tan cría, actuando de manera tan... adolescente. Queriendo exprimir cada segundo al máximo, queriendo sonreír y ocultar lágrimas, odiando las tan frecuentes discusiones con mis padres...
Sí, adolescente era la palabra correcta.

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