Dejando atrás bellas, siniestras, estrechas y oscuras calles llebas de historias olvidadas, llegué finalmente a las Ramblas. No era de extrañar que estuviera a rebosar de personas que, como inquitas homigas que van en busca de alimento, se removían entre la multitud al encuentro de la tienda a la que se dirigían. A pesar del gran gentío jolglorioso que ansiaba encontrar los prefectos regalos de Navidad, la gran mayoría de la multitud eran, como siempre, los turistas alemanes, japoneses y norteamericanos que venían a empaparse de historia, cultura, belleza y hasta fiesta barcelonina. Era un dulce recuerdo aquél que me acompañaba, viéndome a mí misma con mis amigas paseando por aquel ancho lugar, riendo y disfrutando juntas del ambiente, y a la busca de algún extranjero guapo con el que flirtear inocentemente. Siempre había sido madura, pero en el recuerdo me veía a mí misma tan cría, actuando de manera tan... adolescente. Queriendo exprimir cada segundo al máximo, queriendo sonreír y ocultar lágrimas, odiando las tan frecuentes discusiones con mis padres...
Sí, adolescente era la palabra correcta.
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