Y es entonces cuando ese mismo temblor empieza a adoptar formas y bailar, y suena, y suspira. La sala sigue plagada de cierto silencio expectante, de almas sedientas de versos rotos con los que sentirse identificados, y soñar, y ver un pedazo de sí mismos en el micrófono.
A medida que los cabellos de las guitarras se entrelazan con el resto de instrumentos, decido alzar mi voz. La melodía de mil cincuenta personas a las que no veo comienza a darle a la canción la forma que se supone que debe tener.
Y canto, y vuelvo a aquel momento, y me dejo llevar, y escucho esos coros tan puros que son imperfectos, y llenan de veracidad esta honesta canción. Si bajo mis párpados sólo un poquito, veo sombras danzantes, manos flotantes, luces que destellan y engañan a mis ojos. Porque, entre la multitud, y aún cegado por focos azules y verdes y blancos, la veo.
Ella lo lleva bien...
Siempre y cuando la multitud no escuche esa quiebra en mi voz que se extiende, como la peste, alimentándose de mi piel, hasta llenar todo mi torrente sanguíneo de una inquietud que rasga el gesto de mis manos, todo va a ir bien.
Oh cállate...
Y la atisbo en la escasa distancia de seis personas y una guitarra, elevada en mi mente, como un ángel, un demonio, como un ser extraordinariamente humano, santo y pecador, envuelto en plumas y llamas. Siento sus pupilas, aquellas que apenas podía distinguir de sus iris, en mis labios.
Todas las promesas de mi amor se irán contigo...
La voz me delata. La gente chilla. Puedo sentir cómo se le eriza la piel a cada espectador de mi magnífico e inesperadamente sincero show. Y unas lágrimas que no había saboreado en mucho tiempo inundan sutilmente mis ojos, liberando de nuevo mi voz. Rencor, melancolía, odio. Y un profundo amor a lo perdido. Admiración.
Veo brillar su pelo negro entre la multitud, flotando a contracorriente. Cierro los ojos y la veo salir del club, con las mismas lágrimas que compartimos desde nuestro 1999, mordiéndose el labio, frunciendo el ceño y repitiéndose a sí misma que no debía haber venido. La veo mirar hacia atrás, esperando a que baje del escenario y me abra entre la multitud, de manera violenta y lasciva, con ansia y temor, y desesperación,
Por qué te vas...
Mira a su alrededor, aturdida, buscando refugio en una luna nueva que se niega a darle un privilegio que no merece. Y coge un taxi.
Y se baja apenas diez minutos después.
Sola.